domingo, 9 de junio de 2013


Pronto lo vi, vi su luz , noté como ella podía hacer vibrar hasta lo más inherte. Todos veíamos su magia, esa magia de la que se olvidaba con tanta frecuencia. Porque no lo he dicho, pero ella lloraba, le encantaba llorar, sí, esa era la causa, le encantaba que las lágrimas le limpiasen por dentro hasta que le escocían las mejillas, era casi su mejor sensación.
También le encantaba caminar con sus zapatos rotos y en ocasiones lo único que necesitaba era sentarse en el suelo frío.
Bailó tanto, bailó hasta el apagón y lo logró, y alegró el Paseo de los Tristes. Apuntó alto con el dedo y pudo tocar el Veleta, a veces lo único que quería era perderse por los jardines de la Alhambra.
Ella tenía la cualidad de la duda infinita, un querer impredecible, giraba en sentido contrario, iba a contracorriente, veía un amigo en un charco, una flor en la hierba.
Creo que la magia radicaba de su desequilibrio. Aprendió a vivir con los zapatos rotos, a adaptarse a las situaciones más adversas, a ver la felicidad en una pieza de fruta, a ser libre emocionalmente, aprendió a aprender. Y yo aprendí a quererla de forma especial.

                                                                                                                                              Vird, flor.